De las 96 hojas que lo componen,
9 están escritas. Tienen un tono crema y su tamaño es ideal para anotar eventos
o aspectos muy puntuales. No te puedes extender mucho; concisión y brevedad es
el estilo que tienes que optar si quieres escribir en ellas. Como decía un
profesor, “ir directo al grano”. La portada, de tono verde pistacho; aunque
ahora el roce y el contacto, además del uso, han hecho que esa uniformidad de
color se haya convertido en diferentes degradados según el tono del objeto con
el que rozó. Cuenta con una goma en el lateral para poder poner un bolígrafo,
una estilográfica, una pluma. La verdad es que yo suelo llevar un bolígrafo, a
pesar de que dispongo de varias plumas, no me siento muy cómodo escribiendo con
ellas.
El cuaderno en sí, fue un regalo
de navidad del año pasado. Me acuerdo todavía de la enorme motivación e impulso
que reflejaba mi búsqueda; no es que lo haya perdido del todo, pero bien cierto
es que el camino es largo y hay que aligerarlo. “Para que apuntes tus
entrevistas, tus trabajos o para cuando la inspiración te venga en cualquier
momento” me dijo mi tía al abrirlo. Decidí optar por la primera opción.
Escribiría cada entrevista de trabajo en ella. Y así fue como esas 9 páginas se
escribía por sí solas en mi libreta. Solo la abría para apuntar y leer antes de
realizar la entrevista. Pero hoy, no. Hoy la abrí solo para observar. Para
reflexionar. Entonces, me di cuenta que esa libreta que hasta entonces pasaba
plenamente desapercibida para mí, tenía mucho que contar.
Me paré a leer: horarios,
direcciones, nombres de empresas, información relevante a ellas y diferentes
datos se amontonaban en ella. Tenía la información suficiente para reflejar una
historia que merece la pena ser contada, escuchada y leída. Había estado tan
obstinado en otros aspectos que no paré a ver la revelante información que ante
mí se encontraba. Mi agenda era fiel reflejo de la situación actual de muchos
jóvenes padecían en mi país. Y, así, fue como decidí contarla.
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